Ecopsicologia
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Apegos falsos y verdaderos

El término filosófico «apego» designa el estado en el cual una persona está «atada» firmemente y durante mucho tiempo con sus indriyas a uno u otro objeto u objetos. Éstos pueden ser: los padres, los hijos, la esposa, el esposo, los objetos de atracción sexual, el dinero, los bienes de lujo, una alta posición en la sociedad, la actividad laboral preferida, los amigos, el propio cuerpo, los juegos de azar, unos u otros tipos de comida, las bebidas alcohólicas, el tabaco, otros venenos…

Como vemos, los apegos pueden ser muy perjudiciales, poco perjudiciales y hasta muy beneficiosos para ciertas etapas del desarrollo del ser humano. ¿Por qué? Porque a menudo nos hacen actuar más enérgica y emocionalmente en nuestras vidas. Mucho peor es cuando uno vive perezosa y apáticamente.

Veamos una analogía: un automóvil o un barco pueden ser dirigidos sólo cuando se mueven; si no se mueven, es extremadamente difícil o imposible cambiar su rumbo.

Lo mismo sucede con el ser humano. Si él o ella vive activamente —aunque no tenga todavía la comprensión correcta del significado de su vida y de su Meta Más Alta— su movimiento Le permite a Dios crear para esta persona numerosas situaciones educativas. Sólo entonces tal persona se desarrolla preparándose para las ascensiones espirituales futuras.

En la literatura religiosa, uno puede encontrar la descripción de los héroes supuestamente positivos que de repente dejaban de cuidar de su familia para comenzar una vida de ermitaño esperando obtener de esta manera logros espirituales. Esto fue presentado en aquella literatura como «el rompimiento de los apegos» digno de ser imitado.

¡Pero no es correcto! «Cortar» los «apegos» de esta forma no está justificado desde ninguna posición ética ni tampoco tiene mucho sentido. Los apegos no deben ser «cortados» con «actos volitivos», sino remplazados. ¡Debemos tratar de enamorarnos de Dios! Es difícil hacerlo enseguida, pero debemos proponernos esta meta y pedir Su ayuda. Entonces el amor hacia Dios crecerá a medida que Le estudiamos con la mente escudriñadora a través de los libros, las conversaciones espirituales y los pedidos personales dirigidos a Él en los cuales Le rogamos que se nos manifieste, que nos permita experimentar Su Amor y que nos de el entendimiento por medio de una Revelación… Esta es la manera correcta de distribuir nuestros indriyas al principio del Camino espiritual.

Más tarde, cuando empecemos a experimentar realmente el Amor de Dios, nuestras relaciones con Él se desarrollarán aún más rápidamente, el amor se convertirá poco a poco en una pasión, en un nuevo apego. Y este nuevo —verdadero— apego-pasión remplazará paulatinamente a todos los otros apegos.

Yo lo viví exactamente así. Siendo educado en un ambiente ateo, sólo a los 27 años escuché por primera vez sobre la realidad de la existencia de Dios. Pero en aquellos años nadie me podía explicar lo que había detrás de esta palabra. La iglesia ortodoxa rusa me proporcionó las primeras experiencias místicas, pero no me dio una respuesta inteligible a la pregunta qué es Dios. Resultó que Él, simplemente, no estaba presente allí a pesar de ser la figura central de las Enseñanzas de Jesús el Cristo. Los libros abrieron un poco mi cosmovisión, pero en aquellos tiempos no había ninguno que explicase todo tan simple y detalladamente como el que usted lee ahora.

Nunca tuve un Gurú encarnado, un Maestro espiritual que supiera el Camino entero hasta Dios. Y según parece, en aquel entonces, no hubo ninguno a mi alrededor. Esto fue bueno en parte, puesto que la presencia de un Gurú encarnado, por un lado, sí permite recibir rápida y fácilmente las explicaciones y las técnicas prácticas para el trabajo espiritual sobre sí mismo. Pero, por otro lado, durante la interacción con Él, se forma un apego a Su forma material, y no todos los discípulos en esta situación logran luego apartar su atención de esta forma y dirigirla a la Meta Suprema, la Conciencia Divina de Dios Padre.

Por eso Dios, de una sola vez, me propuso —a un científico que ya tenía considerable experiencia en las investigaciones— la Meta Más Alta: Él Mismo en Su Totalidad Universal.

Y me enamoré de Él.

Y luego todo fue muy fácil. Yo, como dicen, «fui derecho». Fui hacia Dios. Muchas otras personas me seguían, pero la mayoría no aguantaba mi velocidad e intensidad y se iba. Algunos lo hacían tranquilamente, otros se amotinaban, exigían un amor «especial» para sí y, al no recibirlo, me odiaban. También había aquellos que me traicionaban haciendo canalladas, que me calumniaban, incluso públicamente, que me robaban y hasta aquellos que intentaron matar mi cuerpo.

Pero yo, a pesar de todo, seguí adelante sin mirar atrás, sin enamorarme de las personas, sin entremeterme en las riñas, sin vengar el asesinato vil y cruel a pesar de saber los nombres de mis asesinos. Yo no permitía que el «apego» a mi «honor», a mi prestigio y a mi propio cuerpo me detuviera.

Nunca tuve discípulos que me pagaran por el conocimiento más alto que les daba. Tuve amigos a quienes amé fuertemente y a quienes me entregué dándoles mi experiencia y mi vida, viviendo para ellos y para Dios. ¿Acaso les podía dar mi amor a cambio de dinero? Mi recompensa por ayudarles consistía en su progreso espiritual.

Sí, les amaba muchísimo, pero cuando ellos se apartaban, yo no sentía apego y pronto les olvidaba.

Ni una sola vez —les digo sinceramente— intenté hacer volver a alguien que se hubiera alejado de mí. Por el contrario, estimulaba su partida para que no se sobrecargaran con un conocimiento todavía superior a sus fuerzas.

Así unos se apartaban cuando dejaban de comprenderme. Dios traía a otros, más preparados. Yo les amaba aún más fuertemente, porque ellos me entendían mejor. ¡Pero tampoco me «apegaba» a ellos, puesto que tenía otro amor, el amor principal, el amor hacia Dios!

Y por más que los envidiosos, los traidores y los calumniadores echaban paletadas de barro, salí victorioso de todas las disputas, porque Dios me aceptó en Él Mismo y yo aprendí a unirme con Él en el Amor. ¡Vencí! ¡Pero no vencí a alguien más! ¡No! Me vencí a mí mismo sin causar sufrimiento a nadie. Me vencí a mí mismo habiendo llegando a ser diferente, tal cual Dios me necesitaba.

¡Vencí y los llamo a ustedes a esta Victoria, por la cual agradezco a Dios y a todos los que caminaron junto a mí, a aquellos que me amaron y me odiaron! ¡A través de ustedes, Dios me enriquecía y corregía mi camino en la vida! ¡Que la paz esté con todos ustedes!